¿Cuántos de vosotros creéis en la generación espontánea? O
sea, en esa teoría que dice que la vida simplemente... aparece. Lo vivo se
genera a partir de lo inerte. Si habéis ido a clase, os habrán enseñado que los
seres vivos se reproducen, y es así, y solo así, como
se genera nueva vida. Por tanto la vida sale de la vida. Sin embargo,
aunque esta es la “teoría oficial”, todos creemos que la vida se originó en algún
momento, necesariamente a partir de algo inerte, y no lleva existiendo desde
siempre. Así pues, por absurda que nos pueda parecer la generación espontánea,
lo cierto es que creemos en ella aunque sea en un sentido reducido: de alguna
forma, hace 4000 millones de años, se creó vida en la Tierra, y luego ya
dejamos a la reproducción y a la evolución actuar.
Pero esta visión no ha sido siempre la hegemónica: este
debate estaba de moda en la Francia del siglo XIX. Los libros de texto modernos
nos dicen que fue entonces cuando Pasteur hizo unos experimentos que refutaron
por siempre la generación espontánea. El principal defensor de esta teoría por
aquel entonces era un tal Pouchet. Veamos cómo fue la discusión.
Pouchet realizó unos experimentos en los que metía
infusiones de heno en vasijas, sumergidas a su vez en un depósito de mercurio,
cosa que impedía que las vasijas se contaminaran con aire exterior. Si los
experimentos se realizaban al vacío, entonces no se generaba vida, pero este no
era el punto en cuestión. El tema era: cuando hay aire, se genera vida. ¿Esto
se debe a que ya hay vida (microorganismos) en el aire, o a que el aire
contiene las sustancias (no vivas) que permiten generar vida?
Así pues, había que introducir aire purificado (sin vida)
en las vasijas, para ver qué sucedía. Si no pasaba nada, no había generación
espontánea. Si se generaba vida, sí, puesto que habría surgido de sustancias
inertes. Pouchet encontró que se generaba vida.
Pasteur no creía en la generación espontánea y no se creyó
esos resultados. Le dijo a Pouchet que su aire estaba contaminado, seguro. Y
por eso había surgido vida, porque ya estaba ahí de entrada. Así que, ni corto
ni perezoso, se dispuso a repetir esos experimentos de forma extremadamente
cuidadosa, para demostrar que la supuesta generación espontánea de Pouchet se
debía a un procedimiento experimental inadecuado. Esto fue lo que nos dijo:
«... no publiqué esos experimentos, pues las consecuencias que
necesariamente había que sacar de ellos eran demasiado graves para que no
sospechase que había alguna causa oculta de error a pesar del cuidado que había
puesto en que fuesen irreprochables»1
Dicho de otra
forma, que no veía ningún error experimental, pero le daba igual. No podía
aceptarlo y punto. Obtenía vida en el 90 % de los casos, pero simplemente no
podía ser. Más tarde dijo que lo que estaba contaminado era el mercurio, y no
el aire. Cualquiera diría que estaba buscando excusas. En cualquier caso, esta es una forma
habitual de hacer ciencia: las convicciones del científico le guían hacia lo
bueno y lo malo. Incluso en un experimento aparentemente irreprochable, sus
creencias le hacen pensar simplemente que algo está mal, aunque no sabe qué.
Queda claro pues, que no todo en la ciencia son los experimentos. Si hubiera
sido así, tal vez la refutación de la generación espontánea no hubiera llegado
hasta mucho más tarde. Pero Pasteur era testarudo, y yo me reservo para otra entrada la resolución del conflicto.
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1. Citado de Harry Collins y Trevor Pinch. El gólem : Lo que todos deberíamos saber acerca de la ciencia. Crítica, Barcelona, 1996. P. 104.
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1. Citado de Harry Collins y Trevor Pinch. El gólem : Lo que todos deberíamos saber acerca de la ciencia. Crítica, Barcelona, 1996. P. 104.
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