Volvamos a mi tema
predilecto: la Revolución Científica. Si os acordáis, antes de que apareciera
Sant Jordi me había quedado hablando de la revolución copernicana. Os comenté
cómo Copérnico había sido moderno siendo antiguo. Cómo no le gustaban
determinados aspectos del sistema de Ptolomeo y propuso su propio sistema. Pero
ahí no acaba la cosa.
Y es que Copérnico
insiste en que su modelo describe cómo es el mundo en realidad (por
mucho que le pese al señor Osiander, editor que añadió un prólogo a la obra de
Copérnico, De Revolutionibus, precisamente negando este hecho). No es un
modelo más, una manera alternativa de realizar los cálculos. Es el modelo que
explica cómo es realmente el mundo.
En este sentido, podemos situar a Copérnico como uno de los impulsores de la
nueva corriente (realismo matemático) que será una característica fundamental
de la Revolución Científica: pasamos de una actitud instrumental hacia las
matemáticas, que es la que teníamos con Ptolomeo (las matemáticas sirven para
hacer modelos hipotéticos que funcionan mejor o peor, “es como si el mundo se
comportara así, pero es tarea del físico decir cómo se comporta en realidad”),
a creer que el análisis matemático revela cómo
las cosas deben ser (“si este modelo matemático funciona tan bien, es que el mundo es así, y no me importa lo que
digan los físicos”).
En efecto, el
enfoque instrumentalista había llevado a una variedad de modelos ptolemaicos que,
con mecanismos distintos, obtenían resultados similares, pero eran incapaces de
responder a preguntas como, ¿cuáles son las dimensiones del cosmos? Copérnico
sí podrá responder a esta pregunta con su modelo. Además, explicará de forma
sencilla el fenómeno de la retrogradación de los planetas: el hecho de que éstos
sean astros “errantes”, que se mueven en el cielo hacia delante y atrás, a
diferencia de las estrellas, que siempre siguen la misma dirección. Explicar
este fenómeno desde el punto de vista físico era bastante molesto. Con el
modelo copernicano, no hay nada que explicar: la retrogradación es un efecto meramente
óptico: ves a los planetas avanzar y retroceder porque la Tierra se está
moviendo. También se podrán ordenar los planetas inferiores (Mercurio y Venus),
cuyo orden no era evidente en los modelos ptolemaicos. Si el modelo matemático
explica el mundo tan bien, debe ser cierto. El mundo debe ser así. Y a pesar de
que explicar el movimiento de la Tierra no es una tarea fácil (porque requerirá
de una nueva física que nos empezará a introducir Galileo más adelante), lo
cierto es que así debe ser, porque el modelo lo exige. Y esto sí es innovador y
atrevido.
Y no solo por el
cambio de enfoque: de instrumentalista a realista. La cuestión tiene implicaciones
a más niveles: un astrónomo está explicando cómo es el mundo. Es decir, está abandonando
su tarea clásica de matemático (calcular las posiciones de los astros) para
hacer el trabajo del físico o filósofo natural. Está desafiando la jerarquía de
las disciplinas académicas (el estatus del físico era mayor que el del matemático
en la universidad). Se está metiendo donde no le llaman. Imaginaos que mañana
va un psicólogo a la Facultad de Física a decirles a los físicos que están
haciendo mal su trabajo, y se pone a darles lecciones de cómo hay que hacer
física. Él, que es un psicólogo y no tiene un título en física, va y hace eso.
Pues eso, con todas las distancias, fue lo que hizo Copérnico. Una vez más, Osiander
en su prólogo vuelve a adoptar una posición que podríamos llamar conservadora
al lado del revolucionario Copérnico, e insiste en que su obra no pretende
cuestionar esta jerarquía. Pero vaya que si lo pretendía. Esto es de lo más subversivo que hace nuestro astrónomo.
Aún así,
precisamente es la física lo que se le resiste a Copérnico. ¿Cómo es posible
que cuando yo doy un salto no me vaya al garete? Si la Tierra se está moviendo
(y no despacio), ¿por qué caigo tan campante sobre la Tierra en lugar de haber
sido lanzado al espacio exterior o haberme estrellado contra una montaña? No se
lo preguntes a Copérnico, porque no te lo va a decir:
—No lo sé, pero es
así: las matemáticas no fallan.
—Ah, no solo vienes
de fuera a dar lecciones, sino que encima nos dejas marrones.
Marrones gordos: ¿por qué dice entonces la Biblia que la Tierra está quieta, o que Dios paró el Sol? La Biblia es otra fuente de autoridad con la que se está metiendo Copérnico. Lo dicho, Copérnico habría sido un hombre al que le gustaba meterse en jardines, de no ser porque la obra se publicó una vez él ya murió. Así que se dedicó a dejar marrones al personal. Pero los marrones acababan de empezar. Próxima-mente os cuento más.
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